domingo, 19 de julio de 2009

EL CAGANCHO DEL JUDO


Desde luego no entiendo a los que suspiran por dejar de ser españoles, con lo que conlleva esta operación; dejar de pertenecer a una nación única y de las más envidiadas del mundo, con unos ciudadanos los, sin lugar a dudas, más originales del mundo.

Si uno quiere buscar ejemplos para explicar actitudes en España, los encuentra en todos los campos. Solo hay que tener un poco de afición por la lectura, que las bibliotecas son gratuitas.

Quería encontrar una historia que explicase como moraleja lo que representa el fracaso más absoluto en algún deporte para, después trasladarlo a algunas gestiones en el judo. Pero me ha venido a la cabeza la metáfora más ajustada a determinadas actuaciones y aunque es en tauromaquia, creo que vale la pena contarlas. A partir del hoy quiero saltar el atasco de m......, mientras llega el fontanero que lo arregle.

Muchos habrán oído decir cuando se le quiere echar en cara a alguien una mala faena, "has quedado como Cagancho en Almagro". Esta es, más o menos, la historia.

Cagancho, un torero nacido a comienzos de 1900 en Sevilla. Es notable en su profesión y todo comienza cuando anuncian , fijaros en que años, que va a torear una corrida en la plaza de un pueblo manchego, de la Mancha profunda, no había ni carretera para llegar al pueblo. Se produce una histeria por ver la corrida que, cuentan las crónicas de la fecha, venden 4 veces el aforo de la plaza. La mayoría no eran asientos numerados, eran del tipo echaté un poquito para allá que con poco me conformo. Pero el verdadero morbo es por comprobar que el torero no llegará y por lo tanto de corrida, nada de nada.

Plaza abarrotada (ya no vale el como sardinas en lata porque abres alguna en la que hay más salsa que sardinas), botas llenas de vino, calor mareante, botijos rebosantes de agua, navajas al cinto; tanta gente que una almohadilla servia para dos; faltan pocos minutos para el comienzo y solo hay dos toreros, falta el que ha desatado toda la expectación, el galáctico de los toros, el chiquito de la Calzada de la tauromaquia. Murmullos, intranquilidad, mosqueo; dicen que la ola en los espectáculos abiertos no la inventaron los mejicanos, si no que los primeros que la hicieron fueron los impacientes de Almagro levantando un griterío cuando aparece en la plaza, vestido de luces, el gallardo Cagancho.

Se estoquean los dos primeros toros por los dos matadores teloneros y de los que están menos atentos los espectadores que las peñas en Pamplona.

Todo el mundo espera al tercero, a la maravilla de Cagancho. Sale un toro colorado, pasan los minutos y ante la impaciencia del público el matador se decide a salir de la garita y afrontar el duelo en el ruedo. Cuando está a punto de situarse frente a frente, el rojo le lanza una miraza que Cagancho toma por furiosa, da la espalda al morlaco y corriendo se refugia en las tablas. El público empieza a corear, cobarde, cobarde y cagón, cagón. Vuelve a salir y sin dar un solo pase con 1o pinchazos y 5 descabellos termina con el animal, que es arrastrado con más agujeros que un queso.

Cuarto y quinto toro, la gente no está por la labor y a los pobres toreros que se juegan la vida no les hacen ni puñetero caso. Todos quieren ver a Cagancho y despertar del espejismo del tercer toro.

Sale de los toriles el sexto toro, que se adaptaba a lo que en décadas posteriores cantaba El Fari, un toro guapo.

El torero siente que no tienen su tarde, se hace el remolón, no abandona la protección de madera; cuando por fin se decide, aparece con una muleta más grande que la lona de una tienda de campaña, cita al toro con la punta, y cuando le logra dar un pase los enemigos de encuentran a más de 10 metros. En uno de los pocos pases y sin venir a cuento, le larga un bajonazo al vientre del animal ; el animal se revuelve y le mira y Cagancho sale cagando leches hacia la barrera, el bravo le persigue y se encuentra una mano amarrada a un estoque, que con la protección de la madera, le empieza a lanzar estoconazos. el granado se retira y como bravo cada vez que le citan acude encontrándose que desde todos los puntos de la plaza le apuñalan. Pasa el tiempo y el presidente después de los tres avisos de rigor manda el toro a los corrales. Pero el desgraciado se encuentra delante de las tablas y con Cagancho al otro lado de la barrera , que sin querer oír avisos, sigue machacándole con puntazos , metesacas, bajonazos. A la animalada se unen los subalternos, que pertrechados cada uno con un estoque, saltan al ruedo, pinchando entre todos al animal, que se siente como una última aceituna en un plato de estudiantes pertrechados cada uno con su palillo; todos pinchan y todos dan en hueso.

Ante la escabechina que están contemplando los mozos, calientes del sol y vino, saltan a la plaza encaminándose hacia Cagancho y cia. La guardia civil se interpone pero pronto son desbordados por el cada vez más numeroso gentío. Cagancho trata de defenderse haciendo uso del estoque; un mozo sorprende por detrás y le agarra del cuello, tirando de él le saca al ruedo por una garita; le lanza sobre el morlaco y en el momento que el torero cae otro paisano le propina un puñetazo en el morro de la cara, mientras le espeta “ al toro, cobarde”. En ese momento el astado moribundo se levanta sobresaltado, empezando a derrotar contra todo lo que se mueve en la plaza.

Aparece un batallón del ejercito, en esos tiempos la caballería ligera, y a base de cargas logran despejar el ruedo. Lo que le tiraron a Cagancho cuando se retira detenido por los soldados y la guardia civil es digno de un inventario de dos páginas por lo menos.

Los manifestantes anti globalización, parecerían hermanas de la caridad comparados con los mozos y demás gentío detrás de Cagancho. Le introducen en el ayuntamiento y cuentan que en un salón, todavía vestido de ajadas luces, se sienta en un sillón, enciende un cigarrillo y murmura en plan Chiquito de la Calzada “ yo quería hacerlo bien, pero lo que no pue ze´, no pue zé”.

Los lugareños aclararon que no le tuvieron a su alcance porque a altas horas de la madrugada el poder público le puso a resguardo en una tartana a cincuenta kilómetros de Almagro.

Es una muestra de lo que significa el fracaso más absoluto en esta vida.

Pues alguno ha quedado como Cagancho en Almagro.

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