miércoles, 9 de septiembre de 2009


EL MURCIELAGO DUERME EN LA HIERBA

Terraza apartamento seis de la mañana de finales de agosto, falta una hora para que amanezca; desde la terraza diviso el mar y pocas luces intermitentes que anuncian los negocios y locales permanecen encendidas. Desde la atalaya de un piso 12 se divisa el poco tráfico que circula, un coche del 091 repite el recorrido con cierta frecuencia.
Miro hacia el pequeño parque que forman las dos piscinas de rigor, junto a la cancha de padel y el pequeño conglomerado de plantas y arbustos que se mezclan con cierto orden sobre la hierba. Destaca entre tres diminutas palmeras un bulto que parece una persona acostada. Me intranquilizo un poco, tratando de forzar la vista en la medio oscuridad para ver de que se trata en concreto. Acudo a mi cámara e instalo el objetivo más largo de que dispongo ( 210 mm.) e incluso tiro alguna foto con el flash incorporado de la canon, pero sigo sin divisar nada.
Utilizo unos prismáticos chinos, que a parte de mostrarme las imágenes que enfoco dobles no tienen demasiado utilidad. Vuelvo a recordar que en la mayoría de las ocasiones lo barato es caro y más si su uso es nulo.
Estoy en este tejemaneje cuando levanto la vista hacia el mar y diviso el peñón en medio de la playa de levante. El día ha avanzado mucho y el color naranja rodea la silueta del terrón y el horizonte entre el mar y el cielo. Se presenta un día despejado, idóneo para la playa.
Preparo la cámara con el objetivo USM, apunto hacia el bulto situado en la hierba, clic, clic, clic, compruebo las fotos y , ahora si, se divisa a una joven que sobre el verde ha echado un a toalla a modo de sábana y duerme acurrucada, tapada por otra. Respiro más tranquilo y como no soy demasiado curioso, no hago conjeturas el porque se encuentra ahí.
Levanto la vista y observo en el bloque de apartamentos de al lado como, lo que yo al comienzo confundo con un ave (golondrina), está revoloteando y posándose boca abajo en una pequeña cornisa de una terraza. Repite constantemente el mismo recorrido, vuelo de unos 10 segundos y vuelta al mismo punto de la terraza. En una ocasión hace un vuelo más amplio y puedo contemplar con sorpresa que se trata de un murciélago. Le está sorprendiendo la mañana fuera de su cobijo y busca despistado un hueco oscuro donde guarnecerse.
Me vienen a la cabeza imágenes de la niñez en Cebreros y como a falta de juguetes tecnológicos e incluso a veces de juguetes, nos divertíamos en los atardeceres de la calle. Esperábamos a que la calle se llenase de murciélagos que abandonaban los tejados de los sobrados. Preparabamos una vara lo más larga posible y en la punta colgabamos una boina,( no se porqué en algunas regiones se llama vasca, porque mi padre, que no era vasco la usaba y sus antepasados reflejados en algunas fotos, las portaban y tampoco eran vascos). Procurábamos situar la boina por encima del vuelo de los murciélagos y cuando el chupador pasaba debajo, justo en la vertical, zas, retirábamos el palo y la boina caía a modo de red encima del animal, cayendo ambos envueltos a tierra. Nunca matamos un murciélago, lo más que hacíamos era buscar un cigarro liado de caldo, encenderle y forzarle a fumar. Lo pasábamos bien viendo el mareo que cogían; les observábamos como dando tumbos se elevaban y al cabo se perdían en la lejanía. El murciélago de Benidorm terminó metiéndose debajo de una de las palmeras cobijo de la durmiente. La intrusa se despertó y de forma agitada cogió las dos toallas y salio corriendo en dirección al portal del bloque. Quiero creer que el murciélago que durmió en la hierba forzó una reconciliación, que a buen seguro de no ser por el quiróptero no se hubiese producido.

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