miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CANDADO


Como proximamente se celebra en la ciudad de Logroño el torneo internacional JUDOKITA 2011, pienso que veremos a forasteros que solo conocen la ciudad y La Rioja por el vino. Yo les invito que también visiten el Puente de Hierro y La Redonda y busquen el candado, porque dicen que en determinadas fechas está.LA LEYENDA DEL CANDADO
LOGROÑES

Nos remontamos al año 1520, siglo de oro español, en una población que sus habitantes disfrutan del recién estrenado título de ciudadanos (1431) después de que el fuero franco de asentamiento con el que habían sido bautizados en su fundación (1095), se elevase al rango máximo, ciudad de Logroño.
Estamos en los albores del siglo de oro y en sus cercanías (monasterio de San Millán de la Cogolla, patrimonio de la humanidad) los monjes habían desarrollado una cultura nexo de unión entre el castellano original y el vascuence, porque no hay que olvidar que trescientos años antes la cuna de la cultura estaba ubicada en ese Monasterio con el monje Gonzalo de Berceo a la cabeza.
La ciudad hierve de actividad. Acaban de iniciar las obras de la concatedral de la Redon-da. Todo es movimiento en torno al río. Construcciones y accesos desde las viviendas hasta el mismo margen del Ebro. Barcas, redes, acémilas, perros, gatos, puercos y hasta algún pato acompañan a los habitantes en sus calles.
La inquisición española tienen mando en plaza. Se ha asentado en la Iglesia Santiago el Real, que, casualidad, está ubicada junto a una pasarela colgante que hace de segundo puente entre la población y el norte. Creada, la inquisición, a imagen y semejanza de la que había machacado en Francia 300 años antes; brazo ejecutor de la monarquía, que la utiliza como chantaje y limpieza de judíos ó cristianos nuevos reconvertidos por el interés material, y cualquier persona que no se plegase a las sotanas. Uno de los episodios más tristes de la inquisición tuvo lugar en Logroño hacia el año 1610, mediante un juicio sumarísimo fueron quemadas por brujas 6 mujeres y otras tres fueron desmembradas; todas ellas de la Navarra Zugarramundi.
Si el destino desde Logroño era el norte solo se podía andar por dos caminos, bien por
el puente de piedra donde estaban emplazadas las garitas de la aduana (Logroño durante años fue la frontera de Castilla) ó por un puente colgante de frágil y liviana estructura, situado en el lugar que hoy y desde el año 1881 ocupa el Puente de Hierro.
En esta orgía de actividad se encuentran los logroñeses cuando aparece en lontananza
un compacto, bien pertrechado y descansado ejercito francés. Se han plantado en Logroño sin encontrar ninguna oposición en Navarra, como en un paseo militar.
Los franceses sitian la ciudad que se ha plegado cual armadillo, dejando pocas fisuras
por las que la tropa extranjera pueda entrar. A los militares galos parece que la situación no les preocupa demasiado y optan por la estrategia de derrotar a los fortalecidos por el el hambre. Se aposentan y salvo escaramuzas esperan que la necesidad de comer haga el resto.
. Han pasado dos meses y lo que en principio era la principal virtud francesa se tronca y



se convierte en su terrible necesidad. Han empezado a faltar los aprovisionamientos para la tropa, que se pregunta, ¿cómo pueden resistir estos logroñeses sin comer?.
Mientras los ciudadanos se habían organizado y unido a que contaban con altas reservas de harina y vino, aprovechan la oscuridad de la noche y desde los portones que dan al río acceden a toda la pesca que el Ebro les puede proporcionar.
Un buen día los franceses hartos del inoperante sitio abandonan y se vuelven por donde han venido, Navarra, lo malo para ellos es que ya no tienen tanta suerte. Ahora los navarros si que les esperan y se enfrentan a ellos proporcionándolos un estrepitosa derrota.
Los logroñeses han vuelto a su frenética actividad para recuperar el tiempo perdido y
los religiosos, que como siempre tratan de arrimar el ascua a su sardina, perdón pez,
deciden crear la celebración del día de la liberación, cual milagro de los panes y los peces. Pero hay que aclarar, que a diferencia de la mayoría de los santos patronos de las ciudades en los que estos han tenido algo que ver, San Bernabé fue elegido porque era el santo del día. Vamos que el santo de Logroño podía ser Tomás, José, Juan, etc.
Logroño, verano del año 1521. Los vecinos arremolinados en torno a la puerta de la vivienda del cristiano nuevo, Moisés, rebautizado como Rodrigo, observan como el interesado esta literalmente arrancando de su portón con salida a la ribera del río, el
candado en hierro forjado que cerraba la puerta a los desconocidos.
Rodrigo trabaja entre acalorado y temeroso. Ha recibido la visita de la ley y le han comentado que se tendrá que presentar ante el juez, para dar explicación a una denuncia
sobre porque ha cerrado su casa a cal y canto a los vecinos, una vez que el acoso de los franceses ya ha desaparecido.
Marcha con paso ligero, portando el gran candado en la mano. Una vez que llega a la pasarela, se planta en la mitad de la balanceante plataforma y amarra dicho candado a una de las barras de hierro que a modo de barandillas unidas por eslabones, proporcionan escasa protección a los transeúntes. Fija el artefacto de hierro con su llave y , ante la estupefacción de los seguidores tira la llave al río. Es una época en la que los diversos cierres de las puertas de las viviendas y aledaños son elementos decorativos, que no se utilizan.
Ante el juez defiende que tanto él como su mujer, cristiana antigua, han mantenido la puerta abierta y no tienen nada que esconder (hay rumores de que preparan pócimas a modo de brujería), desde que constataron que los franceses se habían marchado. Para que quede claro ha arrancado el candado de la casa, lo ha fijado en la plataforma y ha tirado la llave al agua.
Su procedimiento es sometido a la sentencia del Santo Oficio, que determina que no ha quedado probado que haya mantenido abierta la puerta y dado los antecedentes de judío
es condenado a la horca.
Los delatores, ante los rumores de que con falsos testimonios se han apropiado de los bienes del buen Rodrigo, encargan a una cuadrilla de herreros para que quiten la prueba de hierro de la barandilla del puente, que permanentemente está a la vista de todos.
Seis forzudos trabajadores, ante la expectante mirada de un elevado número de logroñeses, trabajan ante el artilugio. Se les embotan las herramientas, se les parten las ganzúas de fino acero, se resquebrajan los mangos de las enormes mazas. Ha caído la noche sobre el puente y ante la súbita oscuridad, impropia del verano, los mandados se retiran hasta el día siguiente, en el que proseguirán las intentonas para la destrucción de la llamativa evidencia.
Ocho de la mañana, la improvisada procesión encabezada por los alguaciles y caciques del expropio, seguidos por los abatidos herreros y una enorme multitud bajan desde la plaza Mayor hacia el puente colgante. Todos los que esa noche han tenido necesidad de atravesar el río lo han hecho por el puente de piedra ya que hay una grima colectiva hacia la barandilla del candado. El grueso de la procesión observan que los que van en cabeza empiezan a dar vueltas buscando algo pero no saben que, hasta que les llega la aclaración del boca a boca. “ El candado no está, ha desaparecido, alguien se lo ha llevado”. Después de repasadas las barandillas , a derecha e izquierda y se comprobase que el artefacto no estaba, un secretario inquisidor levanto acta de la desaparición.
Aclarar que la destartalada plataforma estaba situada a escasos dos metros por encima del caudal del Ebro, por lo que en el momento que se producía la más mínima crecida el paseo de madera se inundaba.
No se habla más del candado hasta el día programado para la ejecución de Moisés (su mujer había sido recluida en un convento de Salamanca, obvio decir que a la fuerza). Delante de las obras de cimentación de la Redonda se ha montado un cadalso y una tribuna que ocupan algunos nobles y frailes encapuchados. Cuando el sentenciado es ubicado y se le pone la soga encima, repentinamente se desata una tormenta de verano, nubes negras, rayos, truenos, y granizada voluminosa que rompe y daña a personas, animales y apeos. Todo el mundo corre para todos los lados, sin orden ni concierto y hasta el verdugo se resguarda y no tiene ningún pudor en dejar solo, con la cuerda al cuello, a Rodrigo. Cuando escampa la multitud tiende a reorganizarse y de la tormenta solo se habla de las consecuencias, el puente colgante, como siempre , se ha inundado.
Se produce la ejecución, pero lo que se había preparado como en espectáculo en el que la cláque (el público) ha cambiado los aplausos por distracción, estando más empeñados en secarse, acicalarse, que en la ejecución ó los rezos.
Dos carreteros dirigen la calesa que porta un féretro con el ahorcado, hacia el exterior del cementerio, donde tienen previsto enterrar los restos del inocente. Los dos malencarados han recibido instrucciones de tirar por el puente de piedra, porque el otro está inundado. Hacen caso omiso y tiran por la calle en dirección a la plataforma y observan que la crecida del río ha amainado y que toda la pasarela se ve expedita. Se adentran y de repente en el centro, donde en su momento estaba el candado, se produce un gran bache ante el que sucumben y donde se introducen. Las personas se agarran a la estructura como pueden, mientras las mulas, calesa y féretro son arrastrados y a los pocos metros desaparecen. Voluntarios que provenían del frustrado espectáculo ayudan al rescate de los carreteros. La gente se arremolina en el centro del paseo oscilante y medio inundado y se empieza a correr la voz “ha aparecido”. La multitud desde todos los puntos de la ciudad corre, sin saber porqué, hacia el puente, preguntándose mórbidamente ¿qué es?.
Se ha formado un semicírculo alrededor de la barandilla y todos miran con expresión de temor al candado amarrado en su día por Moisés. Esta prendido y cerrado en la barra de hierro. Nadie se atreve a tocarlo y el gentío inicia la retirada sin dejar de mirar el armatoste de cierre.
Ha transcurrido un mes desde la fecha de autos y la plataforma está despejada, luce el sol, pero el puente no es utilizado por ninguna persona. Desde la orilla contemplan el candado en su sitio.
Año 1881. Los operarios que inician la construcción del proyecto puente de hierro, tienen que derribar el puente colgante ruinoso, que desde hace siglos nadie utiliza. Al capataz de la obra le llama la atención que todavía se mantenga en pie, por el estado deplorable en que se encuentra. Inician la destrucción del suelo de madera, que cae sin apenas oposición.
Cortan el extremo de una de las barandillas y el hierro cede cayendo con estrépito sobre el agua. Inician el corte de la otra baranda, mientras uno de los operarios comenta “mira, en el centro de la barra hay amarrado un candado muy antiguo”. Las tenazas de corte no hacen mella, los taladros no funcionan, las cizallas no avanzan. Han transcurrido dos semanas desde el comienzo del derribo y los ingenieros analizan la forma de derribar
la molesta barra y no encuentran explicación científica a lo q1ue está ocurriendo. Llegan a la conclusión de que si no dan con el sistema para derribar los restos del puente antiguo, tendrán que dejar el proyecto. Un día de verano y como siempre que hay tormenta los restos de la plataforma se inundan. El equipo de demolición observa la crecida sin ningún interés y vuelven al tajo cuando la inundación sobre el río se retrae.
Todos miran a la barra como un escolar mira la cuerda que cuelga del techo del gimnasio y que le han dicho que tiene que ascenderla si quiere aprobar. Un observador dice de pasada “ mira el candado cierre ya no está, es imposible que se lo haya llevado el agua”.
Reinician la labor de corte y derribo y ante el asombro general y en presencia de los técnicos la barandilla cae a la primera.
El puente nuevo se realiza en un año. Consta de dos carriles-pasillos en los costados y el centro queda para el paso de carruajes. Es de 300 metros de longitud.
1882 y en presencia de Práxedes Sagasta, es inaugurado el puente. La multitud se agolpa y todo el mundo pretende ser el primero en cruzarlo. Para poner un poco de orden, organizan la visita marcando que el inicio sea por el carril-pasillo izquierdo, dejando libre el central y retornando por el contrario. Bendiciones, música y fiesta. De pronto la vanguardia del gentío se para chocando unas personas contra otras. La autoridad se interesa por lo que pasa y se dirige a la cabeza de la columna. Los obreros que han participado en la construcción junto con su capataz forman la primera fila y miran asombrados hacia la barandilla de hierro adornado. Hay un candado antiquísimo amarrado a la estructura.

El candado desapareció un año de fuertes inundaciones en las que el agua desbordó el puente. Dicen que cuando hay tormenta, aunque sea por momentos el candado vuelve a ser visible, para desaparecer poco después.

Pero en realidad no desaparece; cuando hay tormenta se hace invisible en el puente y aparece enganchado en la verja metálica que hay en la fachada principal del La Redonda.

¿Por qué no vas a verlo?.

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