domingo, 5 de agosto de 2012

EL ESTIGMA DE LA TROUPE

El judo ha bajado el telón en Londres y los españoles han vuelto con las manos vacías. Cada uno cuenta sus sensaciones y yo lo que tengo, a tenor de algunas manifestaciones hechas por los judocas, es alguna duda sobre los criterios de selección que se han seguido para crear el equipo olímpico, aunque pienso que no ha habido ninguna anomalía. Lo que está claro que un equipo no tiene que ser una agrupación de amigos y no creo que los familiares  de los judocas les organicen comidas de desagravio, no a los judocas que sería lo correcto, si no a los federativos por lo mucho que habrán sufrido.
Durante mi etapa en el ejercito que se desarrollo en Alcalá de Henares y Madrid, me tocó ir en algunas ocasiones como cabo al hospital Gomez Ulla. El cometido de la visita era el dar moral y atender peticiones personales a los soldados que estaban internados, bien por enfermedad, bien por alteraciones mentales; Así que desde la Maestranza de Artillería íbamos una vez a la semana. De las cerca de diez personas que visité dos me marcaron para siempre y las dos estaban internadas en el pabellón psiquiátrico.
 Uno de ellos era de clase alta y solo en escasos momentos tenía la lucidez suficiente como para mantener una conversación; su padre le había aplicado el castigo panza y no hizo nada por él cuando le destinaron a un polvorín, de donde prácticamente no salían en meses. Concatenaban tareas de guardia con retenes, explosionar munición caducada, descargar y cargar munición. El polvorín le había trastornado y no dejaba de preguntar si íbamos a llevarle nuevamente al mismo.
El segundo era un intelectual que era capaz de encantarte con su conversación. Se sentía anarquista y filosofaba sobre lo bien que le iba en la vida hasta que en una reunión de captación, un integrante de una corta troupe (huestes, parranda, tropa, murga) le dijo que en ese momento le pasaba, a él y a sus allegados,  un estigma  "para que supiera que no se puede ir de mesias por la vida". Contaba que le habían empezado a suceder desgracias a él y a su familia, un accidente en el que murió un hermano, perdidas de memoria que le habían producido que se ausentase tres días del cuartel y que , cuando le llevo la policía militar, le condenasen a la prevencion y a un mes de calabozo. Desgranaba multitud de accidentes y mientras yo pensaba que no entendía porque estaba en un aula del siquiatrico ( sala rectangular donde se agolpaban ocho camas en un extremo y dos largas mesas de hierro con tapa de marmol con cuatro bancos corridos. Entre las dos mesas una puerta sin pestillo que daba a los aseos). Llega la hora de marchar y le hago la pregunta de rigor "¿necesitas algo que está en mi mano conseguirte ó para que te lo traiga otro cabo en la visita de la semana que viene?". No daba crédito a lo que me pedía y sobre todo a las explicaciones que me daba. Tengo que pedirte que me traigáis un vaso de vidrio ya que las monjas, como consecuencia que uno de mi habitación ha intentado suicidarse con un cristal, han retirado todos los vasos de los aseos y a mi me da repugnancia tener el cepillo dental en mi cama, aunque ya le he dicho a la sor que me cuida " que tengo mucha paciencia y soy muy hábil, siendo capaz de romper un cristal de la ventana y hacerme un vaso pegando pedacitos". Durante un tiempo estuve pensando si en algún momento de la conversación me había pasado el estigma. 

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