domingo, 27 de junio de 2010

EL CURA TORERO DE ARNEDO


Este relato es ficción aunque alguno de los lugares y fechas son reales.

Para quien no conozca Arnedo, es una población de las que menos cumplen el estereotipo de riojanas; en algún lugar he leído que en algunas de las divisiones territoriales del siglo XIX perteneció a la provincia de Soria. Está enclavado en las estribaciones de una montaña y en el lado que da a la ciudad la vertiente está cortada y en su interior se han construido innumerables cuevas, aún hoy habitables, aunque la mayoría están cubiertas por una malla alambrera, que ha sido puestas para evitar desprendimientos sobre la parte antigua de la ciudad. Parece que estés paseando por alguna kasba de alguna ciudad marroquí cuando te adentras en su barrio viejo; calle intrincadas, sin salida, estrechas, en las que no cabe un automóvil siquiera; destaca la enorme limpieza de sus recovecos y la amabilidad de sus gentes. Llama la atención que en lugar de nombre de calles en varias placas figura el nombre de pueblos cercanos y no se sabe si hermanados ó enfrentados “como el rosario de la aurora”. Estamos en tiempos de crisis y sin embargo hay una cantidad importante de casas enjalbegadas en las que cuadrillas de albañiles (curioso pero la mayoría de rasgos sudamericanos, aunque la voces que se oyen a través de la paredes de la zona son árabes ) están trabajando en su reconstrucción.
En los paseos, será por la hora, transita por Arnedo más gente sudamericana, cubana y marroquí que nativos. Las iglesias en reconstrucción están perfectamente implantadas y no desentonan en absoluto con el paisaje.
Creo que uno de los problemas estéticos que tienen la ciudad es que los edificios públicos no guardan equilibrio con los privados. Da la sensación que la inversión pública se ha hecho sin respetar el entorno, tanto en su estética como en su necesidad. Es agradable ver el palacio utilizado como centro de día.
Pues con este panorama nos retrotraemos 150 años aproximadamente y nos encontramos que los arnedanos son en su mayoría creyentes y poco dados al viaje, salvo algún indiano de regreso. Hoy en día en los folletos de turismo emitidos por la ciudad se dice que la ermita de Nuestra Señora del Hontanar está en reconstrucción. Pues vamos al protagonista de la historia, el cura que administraba el culto, maese Blas. Joven desgarbado que alternaba su tres ilusiones en la vida: el culto y la enseñanza de Dios conforme a la Santa Iglesia Católica, ilustrar a los mozalbetes de la localidad y la adoración por el, para él maravilloso, arte de Cuchares (el toro y sus consecuencias); el orden de sus ilusiones no lo tenia muy claro.
Mañana de agosto, calor insoportable; el buen cura para aminorarlo viste una casulla por todo ropaje, alpargatas de esparto (muy de la localidad) completan todo su hábito. Subido en el púlpito de la Ermita proclama las bondades de seguir a Dios, pero en su espíritu está imaginando a los pastores navarros que a caballo acercan desde sus dehesas a un toro resucitado de mil plazas, más burlado que un casado con una actriz porno, con más conchas que un peregrino del camino de Santiago; los 2 vaqueros con el colmillo retorcido, van dejando que el toro se les escape y casualidad, siempre que algún lugareño se encuentra cerca, por lo que los sustos que propina la res van engordando el libro de anécdotas de los caballeros jocosos. Afortunadamente los sustos no llegan a la pérdida de vidas humanas, aunque si de algún burro y el correspondiente destrozo de los serones. Cortes de evacuación en medio de la herrén, subida a los árboles a velocidades impensables que producen las risas de los sátiros en grupa.
El cura se deleita pensando en la faena taurina que tiene preparada para encandilar a los feligreses en la explanada ubicada delante de la Ermita, sueña con el regreso a la sacristía a hombros de sus paisanos ( porque él también es arnedano de nacimiento), guarda detrás de una cómoda una garrocha olvidada por un pastor, después de más de dos horas de búsqueda el año anterior, junto con una pequeña y ennegrecida capa. Ya está olvidada la bronca del obispo por
el excesivo fragor que pone en las cosas que practica y que le alejan del misticismo requerido en la iglesia.
Está tan embelesado en sus pensamientos que no se da cuenta que ha dejado de hablar, los feligreses le observan fijos, sin hacer el menor ruido; hasta los peques han callado. Todos los absortos salen a la realidad cuando con un gran estruendo se abre la puerta principal y entra un mozo sofocado, sujetándose los pantalones con una mano mientras sujeta con la otra la correa por la hebilla “ el toro se ha escapado de los pastores, está en la plaza (explanada), cuidado que puede entrar en la capilla”.Aunque el desnivel de la calle con la capilla es de cinco peldaños, se produce la desbandada; las madres cogen a los niños y se desplazan al resguardo del altar; los monaguillos sorprendidos sueltan los estandartes que estaban preparando; todos corren sin saber el destino. El cura repuesto de la sorpresa va directamente a la entrada de la capilla con ánimo de enfrentarse al morlaco, que se ha hecho dueño y señor del descubierto. Algunas lanchas de granito y tablas de madera para eras han servido para que todos se pongan a salvo. Los árboles no son buen resguardo porque el resabiado toro gira en sus alrededores mejor que lo propios mozos. Un mozo da dos pasos delante de los abrigos de roca y juntando los pies con mucha chulería cita al rufián, pero basta con que el animal fije en el la mirada para que al exaltado se le bajen los humos inmediatamente; hay un pequeño grupo que se ha encaramado en lo alto de unos haces de leña. Los migueletes, que acaban de llegar, se situan detrás de una rueda de carro apoyada en la fachada, para lo que desalojan del lugar a varios espectadores que se habían situado allí.
Aparece en la arena el sacerdote, portando un garrote que uno de los vecinos con cojera leve le ha prestado, porque no ha tenido tiempo de sacar sus útiles. El toro sabio da muestras de cansancio porque el recorrido desde los campos sin parar le ha desfondado. Sol, arena, toro y cura; ahora todos a esperar. Toro y cura conocidos, no se quieren saludar. El hombre cita a la fiera y la fiera sin parar arranca detrás del hombre, parece le va a pillar; cura con casulla holgada corre hacia la entrada triunfal, los peldaños salvadores pronto los podrá tocar; el toro da por perdido , al cura no enganchará, se frena, amaga y no corre, la ovación va a comenzar; ahora ocurre un imprevisto, pues de espaldas, sin mirar, maese suelta el garrote y a un morro le viene a dar. El resabiado bramando ahora arranca sin parar, pilla al cura en el trasero y le lanza a la pared, rebotando retrocede a tres metros y cae a plomo produciendo un estruendo que asusta al toro que inicia una carrera huyendo hasta el centro del corral. Los agolpados en la entrada de la capilla se comentan unos a otros “que bien se hace el muerto Don Blas, levántese que ya se ha ido el toro”; maese Blas no reacciona, pero el morlaco inspira tanto temor desde la distancia que no se atreven a salir a socorrerle. La gente cae en la cuenta que los agentes de la autoridad no se han movido de su cobijo en la rueda y empiezan los silbidos y la bronca contra sus personas; pálidos como dos difuntos sin perder de vista al encastado, se acercan al buen sacerdote, que está levantando murmullos y gritos de las beatas, porque en la caída la casulla se le ha arremolinado alrededor del pecho, dejando al descubierto todas las partes más púdicas. “Se ha desmayado ” grita la autoridad mientras le tapa y le arrastra como puede a la entrada de la ermita. Aparece el médico e indica que le tiendan en uno de los bancos, para poder examinarle la herida. Se agolpan alrededor para ver la intervención del galeno, mientras algunos claman “ un respeto que estamos en la casa de Dios, guarros, esto se hace en el muladar” en ese instante el doctor levanta una mano por la que discurre una maloliente papilla, mientras dice “ no está herido lo que ocurre es que ha soltado colitis de miedo”.
Maese Blas empieza a incorporarse mientras observa que todos los feligreses a su alrededor ríen de manera estruendosa; no entiende nada.
Ha pasado un año, Maese Blas sueña con la llegada del toro desde las dehesas navarras y en la gran faena que la va a propinar.

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